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Una de las consecuencias de la pandemia parece ser una disminución de la natalidad. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, durante el pasado año 2020, se produjo un descenso en el número de nacimientos. Dicho descenso alcanzó un 20 % en relación a las cifras del 2019.

La bajada de la natalidad suele producirse en condiciones de inestabilidad social. Actualmente, la situación de crisis económica producida por la pandemia alcanza a las personas a través de la inestabilidad laboral, pérdida del empleo y precariedad económica. Ante este panorama, no es de extrañar que las parejas se replanteen si es el momento adecuado de ser padres y madres.

En condiciones de “no pandemia”, las sociedades occidentales contemporáneas se caracterizan por tener un estilo de vida enmarcado en la inmediatez y el cambio continuo. Estas características generan inseguridad en las personas, acompañada de una sensación de riesgo e inestabilidad que combaten mediante la planificación de sus trayectorias vitales, en un intento de alcanzar seguridad.

En los planes de vida la reproducción es una decisión vital, previamente orientada a llevarla a cabo en las condiciones adecuadas y el momento idóneo, intentando de este modo garantizar el mayor bienestar posible a la descendencia. De acuerdo con esta premisa, las mujeres deciden ser madres en función de dos parámetros: la estabilidad laboral y la estabilidad económica.

Formación académica y trabajo 

En la mayoría de los casos, estas condiciones se alcanzan a través de una adecuada formación académica y la obtención de un puesto laboral lo más permanente posible, así como bien remunerado. Evidentemente, cumplir estos requisitos tiene como consecuencia un retraso en la edad de maternidad.

Según datos del INE, en España en el año 2000 la edad media de la mujer en su primer embarazo era de 30,7 años, mientras que en 2019 se incrementó hasta 32,25 años.

Las mujeres retrasan su primer embarazo porque consideran que el ejercicio de una maternidad responsable empieza por una adecuada planificación que garantice el bienestar familiar a través de la estabilidad laboral y económica.

La etapa fértil de la mujer abarca aproximadamente de los 12 a los 50 años. Durante este tiempo, su capacidad reproductora varía en función del número de folículos ováricos y ovocitos disponibles, cuya calidad va disminuyendo con la edad afectando a su expresión genética. Es decir, la capacidad reproductiva disminuye con la edad dando lugar a una paradoja: se retrasa la maternidad para mejorarla, pero este retraso la dificulta.

La angustia en la mujer

En los años 70 del siglo XX aparece la idea del “reloj biológico” –condicionamiento biológico de la mujer a ser madre cuando es joven–. La base científica sobre la que se asienta este concepto pone de manifiesto una ciencia androgénica que produce en la mujer sentimiento de angustia y culpa ante una decisión de llevar a cabo una maternidad tardía.

El mensaje del reloj orienta hacia una maternidad en la juventud, sin embargo, desde una perspectiva feminista, esta idea es considerada como un vestigio del dominio masculino, con la intención de resucitar la condición natural de la mujer para la reproducción.

La realidad es que también el varón dispone del “reloj biológico”. A partir de los 35 años disminuye la cantidad y calidad de su esperma. Sin embargo, mientras que socialmente se le sigue adjudicando a la mujer un tiempo finito para la reproducción, se continua fomentando la idea de que el varón puede procrear indefinidamente.

La ausencia de datos en relación a la edad del padre corrobora los sesgos de género en la recopilación de información. Las estadísticas ofrecen información materna, pero apenas se recogen sobre los padres.

La maternidad tardía, aunque sería más correcto hablar de la parentalidad tardía, obliga a recurrir a las técnicas de reproducción asistida en muchas ocasiones. En 2018, el 9 % de los nacimientos en España fueron posibles gracias a estas técnicas, cuyo uso se ha ido incrementando, desde que comenzó a registrarse en 2014, en un 28 %.

Una ideología patriarcal aún vigente

La maternidad tardía es una manifestación de la ideología patriarcal todavía vigente. El peso de la crianza recae en mayor medida en la mujer, reminiscencia de la construcción social de la maternidad propia del patriarcado.

Esta responsabilidad de primera cuidadora y la falta de medidas de conciliación familiar dirigen a la mujer hacia ese retraso de la maternidad con la intención de garantizar una crianza enmarcada en el bienestar. No hay que olvidar que la maternidad no es únicamente un proceso biológico, sino que implica una construcción sociocultural que condiciona a las mujeres.

El perfil de madre que impera actualmente procede del patriarcado tradicional y aunque ha ido adaptándose conforme a los logros alcanzados por las mujeres, se trata de cambios superficiales que permiten mantener la estructura central del eje mujer/cuidado/crianza.

Es necesario llevar a cabo una profunda reflexión que permita la reestructuración de la parentalidad en donde los roles parentales sean más igualitarios y la corresponsabilidad sea un hecho.

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